Paramillo del Quindío: experiencia mágica en la montaña de colores

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A veces uno no se da cuenta de lo que realmente significa caminar en la montaña hasta que está ahí, rodeado de naturaleza, con el corazón acelerado y la respiración pesada. Eso fue lo que sentí cuando decidí hacer la ruta hacia el Paramillo del Quindío, una montaña ubicada en los Andes colombianos que se eleva hasta los 4.750 metros sobre el nivel del mar. Famosa por su variedad de colores en la roca y el suelo, el Paramillo es una de esas joyas escondidas que ofrece Colombia para quienes buscan algo más que un paisaje bonito: una experiencia que se queda en la memoria.

Nuestro punto de partida fue Salento, un pequeño y pintoresco pueblo cafetero. Eran las seis de la mañana cuando nos encontramos listos para salir rumbo al Valle de Cocora. Partimos en un vehículo que nos dejó en la entrada del parque. Allí, las autoridades de Parques Nacionales Naturales de los Nevados nos ofrecieron una charla introductoria sobre el área, su ecosistema de páramo y la importancia de respetar las normas para proteger este territorio único.

La caminata comenzó entre el frescor de la mañana y un paisaje de ensueño: gigantescas palmas de cera custodiaban el inicio del sendero. Desde los primeros pasos, sabíamos que no iba a ser fácil. Nuestro objetivo del día era llegar a la finca La Primavera, pero primero teníamos que atravesar varias horas de caminata exigente.

El primer destino fue Estrella de Agua. El trayecto hasta allí duró unas tres horas, atravesando el denso bosque de niebla o bosque alto andino. El aire era húmedo y frío, y el terreno estaba cubierto de raíces, barro y pequeñas quebradas que cruzábamos por medio de puentes. Cada tanto, nuestra guía nos explicaba detalles sobre la flora del lugar y cómo el ecosistema se adaptaba a condiciones extremas. A pesar del cansancio, la energía del grupo se mantenía alta, impulsada por la emoción de estar allí.

En Estrella de Agua hicimos una pausa para comer snacks, hidratarnos y ajustar la ropa antes de continuar. La segunda parte de la jornada fue más desafiante: pasamos del bosque al páramo abierto. El viento golpeaba con fuerza, y el sol se dejaba ver apenas entre nubes rápidas. Caminamos unas cuatro horas más, cruzando el Alto de la Virgen, un punto de referencia en la ruta que marcaba que estábamos cada vez más cerca de nuestro destino.

Cuando finalmente llegamos a la finca La Primavera, el cansancio era evidente en todos, pero la vista que teníamos frente a nosotros nos hizo olvidar el esfuerzo por un momento. El Nevado del Tolima se mostraba majestuoso a la distancia. Algunos compañeros se quedaron simplemente mirando en silencio; otros sacaron sus cámaras o teléfonos para capturar la imagen.

La noche en La Primavera fue sencilla. Comimos, nos abrigamos y tratamos de descansar lo mejor posible. El frío era intenso. Nos acostamos temprano, sabiendo que al día siguiente nos esperaba el ascenso al Paramillo del Quindío.

El segundo día comenzó temprano. A las siete de la mañana ya estábamos desayunados y listos para caminar. El clima no nos recibió de la mejor manera: una densa neblina cubría todo a nuestro alrededor, reduciendo la visibilidad a apenas unos metros. Caminábamos en fila, concentrados ya que el sendero era amplio pero parecía perderse en la niebla.

Después de un rato de caminata, como si la montaña quisiera premiar nuestro esfuerzo, la neblina empezó a disiparse. Y allí, de repente, apareció frente a nosotros el Paramillo del Quindío. Tal como nos habían contado, la montaña desplegaba una gama de colores que iba del amarillo al marrón, con vetas verdes y grises entrelazándose como en un cuadro natural.

Era impresionante. No necesitábamos decir mucho; todos sabíamos que estábamos ante algo realmente especial. Nos detuvimos unos minutos para tomar fotos y simplemente admirar el paisaje antes de enfrentar el último gran reto: el ascenso final.

La subida fue exigente. Arenales interminables nos hacían resbalar a cada paso. Era como caminar sobre una pendiente de harina gruesa, donde cada paso costaba el doble de lo normal. Muchos nos deteníamos cada ciertos metros para recuperar el aliento, tomar agua o simplemente convencer al cuerpo de seguir. El frío, la altitud y el cansancio ponían a prueba no solo el físico, sino también la mente.

Finalmente, cerca de las once y media de la mañana, alcanzamos la cumbre a 4.750 msnm. La sensación de logro fue enorme. No fue un momento de celebración ruidosa, sino más bien de satisfacción silenciosa. Algunos se sentaron a contemplar el paisaje; otros nos abrazamos brevemente, sabiendo que ese instante era irrepetible. Desde allí arriba, el mundo parecía otro.

Tras descansar un rato en la cima, iniciamos el descenso hacia La Primavera. Aunque bajábamos, el cuerpo ya estaba bastante castigado, y cada paso se sentía en las piernas. El regreso fue largo, pero también fue una oportunidad para procesar lo que habíamos vivido.

De nuevo en la finca, nos recibió un ambiente cálido. Una sopa caliente, café y un par de juegos de cartas ayudaron a levantar el ánimo antes de caer rendidos en las camas.

El tercer día madrugamos otra vez. A las seis de la mañana ya estábamos en marcha, esta vez de regreso a casa. La caminata de bajada fue mucho más amena. El grupo iba más relajado, compartiendo anécdotas, riendo y disfrutando del paisaje con otra mirada, sabiendo que la parte dura ya había quedado atrás.

Llegamos al Valle de Cocora cerca de la una de la tarde. Allí nos recogieron para llevarnos a Salento, donde finalmente nos sentamos a disfrutar un almuerzo merecido. La comida sabía diferente: sabía a logro, a equipo, a aventura vivida y superada. Después del almuerzo, llegó el momento de despedirse y cada uno tomó su rumbo. En mi caso, regresé a Ibagué con la mochila más liviana pero el corazón lleno.

El Paramillo del Quindío es un lugar que no solo ofrece paisajes únicos y retos físicos; también ofrece la oportunidad de desconectarse, de retarse y de volver a lo esencial. No es una ruta fácil, pero sí es una que recomendaría a cualquier persona que quiera experimentar la montaña de una forma auténtica y profunda.